Wednesday, September 21, 2011

MAQUILLAJE DEL CORAZON - CAPITULO TRES



Raul Espósito se subió al tren, que había esperado como media hora porque estaba retardado. Alguien se había lanzado delante de él la noche anterior y se demoraron horas en sacar los pedazos de entre las vías y las ruedas, terminando justo antes del rush hour, y Raúl creyó que esto era señal de buena suerte ya que llegaría justo a tiempo a su entrevista. El iba vestido con lo mejor que tenía; Un traje Armani de seda gris que había comprado con una tarjeta de crédito que nunca se terminaba de pagar, zapatos de cuero negro italianos comprados con la misma tarjeta y un portfolio, también de cuero negro que alguien le había regalado al graduarse y que, su entonces novia, cuestionaría cada vez que recordara el incidente. 
Llevaba consigo la muestra de sus mejores trabajos, sus mejores diseños, pero más que eso, llevaba la actitud ganadora que había aprendido en esos últimos años en la Universidad, cuando era el único en su división en trabajar y cobrar por sus trabajos, y cobrar bien, muy bien, a medida que aprendía.
Su aspecto de galán por supuesto que no actuaba en su contra, por el contrario. Sus presentaciones eran más atractivas que un capítulo de telenovela y él había aprendido a elegir sus clientas y conquistarlas desde ese primer apreton de manos al presentarse, firme pero caballeroso y seductor. A su prolijo corte de pelo negro que enmarcaba un perfecto canvas con dibujados ojos azules, lo ayudaban su perfume: una rara combinación entre uno muy fuerte que había heredado de su padre y un pequeño rocío del de su esposa. Nadie sabía distinguir cual era esa misteriosa fragancia que las encantaba y que él solo usaba en momentos muy especiales, como el de ese día lunes.
Las puertas del tren se abrieron justo delante de él, quizás otra señal. El entró con paso firme y seguro y apresuró su alta figura hacia el interior donde se sentó en el único asiento doble desocupado, junto a la ventana. Detrás de él y como todos los lunes, el resto de los que habían esperado impacientemente por ese tren  entró como manada hasta ocupar quizás el mismo  lugar que ocuparían el resto de la semana, para no perder la costumbre. El aciento a su lado permaneció vacío por unos pocos segundos después que él se sentara ya que un muchacho de aspecto trabajador, como casi todos los demás, menos él, se sentó a su lado.
Todos en el tren, entonces  se dió cuenta, tenía ese aspecto de lunes a la mañana: agotados. Como agotados lucían también los que estaban sentados frente suyo. Todos parecían pertenecer a la misma empresa o a la misma familia. No era que estubiesen uniformados, no, era su aspecto. Ropa gastada, zapatos sin lustrar, hasta casi despeinados; un aspecto totalmente descuidado . . . y ese olor. No estaba seguro de dónde venía; si era el que recién se había sentado a su lado, que era jóven pero el que lucía con aspecto más descuidado que los mayores y que había adoptado en su asiento como una posición de abandono. O quizás era el que estaba frente a él, ya mayor, y que cabeceaba al ritmo de la locomotora. O el otro al lado del viejo, de edad incalculable y de piél mucho más oscura. Raúl los miraba a todos de reojo y con desconfianza, tratando de adivinar de dónde vendría ese jodido olor, una mezcla de bolsas de papas en mal estado y pasto húmedo y sucio. Pero ninguno parecía sucio, no lo entendía. Quizás era la mezcla de los olores de la pobreza de todos ellos juntos en un ambiente cerrado pero no estaba seguro y le repugnaba el solo pensar que olor se penetrara en su traje, en su pelo, en su piel. Le reventaba que no lo dejaba ni concentrarse en la presentación que debería  realizar en su entrevista de trabajo.
Había dejado su casa después de tomar el desayuno con su mujer que literalmente lo mantenía. Carla era peluquera, manicura y maquillista; o maquilladora de las estrellas, como se hacía llamar por publicidad. Cuando no trabajaba en su casa, tenía un casamiento, una fiesta de 15 o una novela que pagaba muy bien; siempre estaba ocupada y es así como pudo costear la carrera de Raúl. 
Su bebé había sido una bendición, ya que los mantuvo unidos hasta el casamiento, pero su vida ahora se limitaba a trabajar para mantener el hogar y cumplir un papel para el que no solo no había sido preparada, sino que la rutina y los desvelos que venían con él le marcaban la cara que como pergamino envejecía a diario.Al comienzo no se notaba que ella era mayor que Raúl, pero ahora, con el chico de dos añitos divinos pero jodiéndole la vida, sí se notaban. Su rubio ya no era natural, y ni siquiera podía atender a sus clientas sin maquillaje como lo hacía al comienzo, cuando recién casados y el embarazo hasta le sentaba bien. Pero ahora no lucía ni se sentía la misma. Su cintura ya no lucía bien con sus vestidos de soltera, y ni pensar en los pantalones, que después del nacimiento de Ariel, hacían lucir su cuerpo como si el bebé se hubiese olvidado el pan que supuestamente traen los bebes debajo del brazo dentro del cuerpo de su madre, para siempre. Carla ya ni se sentía atractiva, ni con deseos y a Raúl parecía no importarle, ni siquiera esos pocos días en los que vendía o finalmente cobraba un proyecto por muy buen dinero y pagaba niñera, la llevaba a cenar y hacían el amor como la primera vez. Todo duraba una noche, y luego otra vez la rutina. Raúl seguiría ocupado tratando de conseguir otro trabajo y gastando el resto del dinero que produjo el anterior en lograrlo, entrevistándose con distintas clientas y pagando almuerzos, cenas, cafes y tragos; pero volviendo la mayoría de las noche sólo con agotamiento y sin mas ganas que de irse directo a la cama, a dormir hasta el día siguiente en que se levantaba y volvía a salir emperifollado como listo para filmar una nueva escena de su propia película, mientras que su esposa volvía a prepar el desayuno a él y la leche con cereales para su hijo Ariel.
Y Raúl volvía a sobresaltarse despertándose nuevamente a la realidad,una nueva oleada de olor y sudor lo invadían hasta casi producirle nauseas. Sopló malhumorado mirando a sus compañeros de asientos, como recriminando por el olor, pero todos lo ignoraron y quizás hasta creyeron que estaba algo loco al verlo asi vestido y viajando en ese tren atestado de gente, gente olorosa que parecían pertenecer a otro mundo, un mundo al que Raúl se prometía a si mismo, día a día, jamás pertenecer y seguir en su busqueda, hacer lo que fuera necesario para no tener que volver a viajar en ese tren nunca jamás; y dejar de hacerlo lo antes posible. Pero hoy por hoy no tenía dinero para taxi. Hasta llegó a pensar que esos pobres y olorosos obreros que viajaban ese día en ese tren, quizás tuvieran más dinero que él, que no trabajaba.
Con gran alivio llegó a destino. Después de todo había tenido suerte en conseguir asiento en el tren un lunes por la mañana antes de que se llenara de gente, gente   que viajaba parada por horas quizás todas las mañanas. Si él hubiese tenido que viajar parado hasta su traje su habría arruinado antes de su entrevista. 
Salió del tren con el tiempo suficiente como para caminar despacio hacia el lugar de la cita. Desde la estación ya se podía ver. Un enorme cartel con mucho más enorme mal gusto mostraba unos labios rojos gigantescos, como arrojando un beso a los peatones en la acera y soplando a la vez sobre una mano igualmente enorme, de donde se desprendía una especie de polvo rosado que leía: “Maquillaje Del Corazón”.

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