Erlinda estaba sentada frente al espejo de su cómoda como todas las mañanas a las seis en punto, contando sus arrugas. No eran tantas y casi nadie las veía con excepto de ella. Su rutina consistía en darse una ducha tibia con el jabón antibacterial que prometía no secar su piel sino humectarla y mantenerla siempre fresca y radiante, con una fragancia jóven que duraría todo el día. Ella misma había seleccionado los componentes años atras y su firma había crecido en gran medida gracias a él, especialmente cuando se lo había incluído en paquetes combinado con otros productos de la línea de Maquillaje Del Corazón.
Doña Erlinda no era fea y había sido muy atractiva de jóven, según lo recordara Don Mauricio de tanto en tanto, pero no tenía una gran autoestima cuando se trataba de su propia belleza.
Se había casado muy jóven y siempre, desde que recordara, había trabajado. Comenzó un día, cuando todavía era una niña y su madre se encontraba preparando una torta en la cálida cocina en una mañana de invierno como esa. Ella se había ofrecido a ayudarla y su madre le dió ese bowl de porcelana gigante cubierto de flores pintadas a mano que todavía conservaba después de todos estos años, como una de esas reliquias familiares que se atesoran para siempre. Era el bowl que había marcado el comienzo de su vida en este negocio sin que ella lo supiera entonces, cuando batía los seis huevos que su madre había roto meticulosamente con un solo golpe en el borde y abriéndolos con un sola mano los hacía caer dentro del bowl. Su inexperiencia llena de yemas y claras, manitos y cara sucia riéndose junto a su madre sin parar. Ella notó que lo que estaba en sus manos y en su cara le estiraban la piel al secarse, sintiendo las áreas afectadas más tensas y entonces le preguntó a su mamá: - “Si las claras estiran la piel cuando se secan, porqué no te pones un poco en la cara?
Su madre, dura como si todas las yemas y claras del mundo hubieran bañado su cuerpo antes de secarse, no supo que contestar y por unos segundos se mantuvo callada. No sabía si reírse por la ocurrencia, enojarse por la insolencia o celebrar la creatividad de su hija. Pero luego de una pausa finalmente se decidió: - “No, esto es comida, no maquillaje y es para satisfacer al corazón como todo lo dulce, no al espejo”-
Erlinda, después de pensar por un breve momento en lo que su madre había dicho, levantó el tenedor con el que estaba batiendo los huevos dejando caer un chorro bizcoso, lenta pero firmemente de regreso al bowl y miró a su madre a los ojos: - Maquillaje Del Corazón entonces!” - “Y sí” - contesto su madre, nuevamente sorprendida y devolviéndole la mirada con dulzura a su hija - “Maquillaje Del Corazón”
Pero Erlinda ya era terca y obsesiva desde niña y su madre sabía muy bien que aquello era solo el comienzo. Su hija seguiría experimentando con la idea y con los huevos de gallinas, patos y codornices y todos los que pudiese robar de la cocina cuando ella se descuidara; así la había descubierto ya varias veces, con su juego de bioquímica que le habían traído los reyes magos dos años atrás, inventando fórmulas con harina, dulce de leche y mayonesa . . . mucha mayonesa.
Huevos con sal, huevos con azucar, huevos con miel, todas las posibles combinaciones y a la cara. Hasta que finalmente se creyó lo suficientemente lista y preparada como para probarla y de una buena vez, corregir las arrugas en el rostro de su madre; una pasta especial hecha con claras de huevo de pato, miel y harina de maiz refinado. Era la hora de probar su magica fórmula y que mejor chanchito de la India que su propia madre en la que se había inspirado para prepararla. Asi que esa noche, cuando su padre se había ido a jugar al truco con sus amigos y ellas se quedaron solas contando cosas de mujeres y Erlinda preparó su unguento y se lo colocó a su madre en la cara.
Las dos se divirtieron como nunca, antes o después de esa noche, ya que la madre de Erlinda moriría de un infarto pocos meses después. Ella siempre recordaría a su madre, siempre apoyándola e incentivándola, especialmente durante esas horas, en esa noche mágica en la que su madre, después de casi media hora apenas podía mover su cabeza, pero no debía moverse de todos modos, decía Erlinda, para que la crema funcionara. Y ese pasticho parecía estar trabajando, ya que su madre encontraba que la piel de su rostro se sentía más tensa que nunca, pero cuando intentaba quedarse quieta y seria, ninguna de las dos podían contener la risa por más de un minuto, y luego se ponían serias nuevamente, endureciendo sus facciones, tratando de contener la risa que estallaría incontrolablemente. Asi, hasta que la cara de la madre de Erlinda se había endurecido tanto que ya no podía soportar la dichosa mascarilla.
Para sacarse esa pasta de la cara, la madre de Erlinda tuvo que usar un jabón de barra, el mismo que usaba para fregar ropa, pero para su sorpresa, no sabía si por la mascarilla o por el jabón, su cara había quedado mucho más suave y hasta se podría decir que mucho más sedosa. Cuando su madre se lo comentó, Erlinda, tocándole suavemente la cara con sus manitas inocentes, le dijo: - “Y estos son los resultados de Maquillaje Del Corazón.
Doña Erlinda recordaría toda su vida, como su madre contestó esa noche a sus ocurrencia, con solo una sonrisa de ternura.

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